«Después de la muerte del santo Robert Murray McCheyne, se encontró en su escritorio bajo llave una carta dirigida a él y que nunca fue mostrada a nadie. El escritor anónimo testificaba que McCheyne había sido el medio que lo condujo a Cristo, y concluía: ¡no fue algo que usted dijera lo que me hizo desear ser cristiano; más bien fue la belleza de la santidad que ví en su rostro!. ¿Puede decirse lo mismo de nosotros?»
Leí acerca de unos niños en una clase de escuela dominical que le escribieron una…