«Alejandro Magno no quedó satisfecho ni aun cuando había subyugado completamente a las naciones. Lloró porque no quedaban mundos por conquistar, y murió en temprana edad en un estado vicioso. Aníbal, que llenó tres canastas con los anillos de oro que tomó de los soldados que mató, se suicidó envenenándose. Pocos notaron su muerte, y dejó esta tierra sin que nadie le hiciese luto. Julio César, quien: ―teñía sus vestidos en la sangre de uno de sus millones de enemigos‖, conquistó 800 ciudades, sólo para ser apuñalado por sus mejores amigos en la escena de su mayor triunfo. Napoleón, el temido emperador, tras azotar toda Europa, pasó sus últimos años en el destierro».
¡Ciertamente la esperanza de los impíos perecerá!
«Cuando muere el hombre impío, perece su esperanza; y la expectación de los malos perecerá. » Proverbios 11:7
G. S. Bowes