Hace algunos años, un barco de guerra italiano estaba anclado en Gibraltar. Por la noche los marineros fueron a la ciudad a jugar, tomar y causar problemas. Entre el grupo había uno llamado Viejo Setenta. Él siempre tomaba la iniciativa entre ellos.
Esa noche mientras él vagaba por el muelle, vio un grupo de damas en una casa tocando piano, cantando himnos y predicando. Nunca había estado en un lugar como éste. Entró por curiosidad. Una predicadora vino y comenzó a predicarle el evangelio. A ella no le importaba si él estaba borracho o no; empezó a decirle que Cristo había muerto por los pecadores, que había perdonado los pecados y que les da una vida nueva. Al final ella le dijo que todo lo que tenía que hacer para ser salvo era creer. Viejo Setenta fue muy tocado. El oró al Señor Jesús, creyó en El y lo aceptó como su Salvador.
Después, el regresó al barco. Estaba a punto de dormirse, pero sintió que debería orar otra vez, así que se arrodilló frente a su litera. Había más de veinte marineros en el cuarto. Cuando ellos vieron lo que él estaba haciendo, comenzaron a gritar: «¡Viva, algo nuevo! ¡Viejo Setenta tiene una nueva artimaña! Está actuando como si estuviera orando. Esto es maravilloso. Está bien, ya puede sentarse». Pero Viejo Setenta continuaba orando.
Los compañeros comenzaron a lanzarle sus botas, pero él continuó orando sin prestarles atención. Después de su oración, se puso en pie y solemnemente declaró a todos que él había creído en Cristo. A esa declaración todo el mundo gritó y aplaudió jubilante por su excelente demostración.
La mañana siguiente, cuando él estaba cepillando el piso, un viejo marinero se le acercó y le dijo que él también era cristiano. Le preguntó a Viejo Setenta si había sentido un disfrute y paz especial dentro de él o no. Si no, se temía que su experiencia no había sido genuina. Viejo Setenta contestó: «Los damas solamente me dijeron que cuando creyera en Cristo, mis pecados serían perdonados. Nada me dijeron de disfrute y paz. Tengo que preguntarles». Viejo Setenta fue a la ciudad a preguntar a las señoras por qué él no tenía disfrute y paz después de su conversión, y también si su fe era falsa.
Una anciana le invitó a sentarse y dijo: «No se preocupe por sus sentimientos. Permítame preguntarle: ¿Es usted diferente a como era antes?». Después de una pausa, repitió fuertemente: «No, no soy igual. Yo era el más ruidoso y malicioso de todos mis compañeros. Siempre fui el más perverso de todos. Después de la experiencia que tuve anoche, no puedo pronunciar palabras indebidas como lo hacía antes. Cuando escucho a los otros usando palabras malas, no solamente no puedo decir lo que ellos dicen, sino que siento vergüenza de ellos. Anoche lanzaron sus botas contra mí. Previamente yo hubiera peleado físicamente contra ellos. Pero sentí que nada había pasado. Ni siquiera deseaba pelear. ¡Definitivamente no soy el mismo de antes! ¡No, no puedo!». Con estas palabras, dio una media vuelta y se marchó hacia el barco.
Si un hombre no ha creído en Cristo, nada le pasará. Pero una vez que cree, recibirá todo lo relacionado con Cristo. Aunque no se sienta diferente, en realidad él no es el mismo. Algunos dicen que es el efecto de las emociones. Esto no es el efecto de la emoción. ¡Esto es el efecto de Cristo!
Fuente: Fe Cristiana Normal – Watchman Nee, pag 163-164