Deseo contarles de un compañero de cuarto que tuve en la Universidad, se llamaba Felipe Cook. Su papá era ateo, pero un ateo militante quien discipuló a su hijo en el ateísmo. Lo entrenaba para ser ateo y le daba doctrina atea desde su niñez, le enseñó todo tipo de filosofía atea y muchos argumentos de por qué Dios no podía existir. Prácticamente este joven tenía un lavado de cerebro. Fue reclutado por el ejército norteamericano y trasladado a Panamá. Varios soldados con quien entabló amistad eran cristianos, pero nuevos cristianos. Ellos le invitaron a un estudio bíblico, pero lo que le llamó la atención fue que iban a jugar ping pong, compartir un café y donas, pero también hablar de la Biblia. Dijo ¡qué bien! Aquí voy a dar todos mis argumentos ateos y me voy a burlar de ellos, y así fue. Les daba argumentos filosóficos y ellos quedaban con la boca abierta, no sabían cómo contestar, solamente le ponían el brazo alrededor de su hombro y le decían: Si sólo entregaras tu vida al Señor Jesucristo y experimentaras la transformación que Él trae, si solamente lo conocieras, te darías cuenta de cuán grande es su amor por ti.
Así pasaron los meses, aún continuaba burlándose y riéndose de ellos, pero un día estando en cama, no podía dormir. Había regresado de uno de los estudios bíblicos, y lo que lo mantenía despierto no era tanto lo que ellos decían de las verdades del Señor Jesucristo. Él pensó: “llevo meses burlándome de ellos, les he dado todo tipo de argumentos, les he dicho lo necios que son, lo tontos que son, que ocupan a la religión como muletas así como un cojo usa muletas, que no se dan cuenta que si las tiran, van a poder caminar solos. Que no necesitan esas muletas de su religión”. Pero se mantenía despierto porque no podía negar el amor que ellos tenían hacia él. Esa noche los había tratado especialmente mal, sin embargo ellos respondían con amor. Aunque respondían con la verdad no era tanto la verdad lo que lo mantenía despierto, pues él negaba esas verdades. Era el amor de ellos que él no podía negar, y no lo dejaba dormir.
Al final se arrodilló a la orilla de su cama y dijo: “Dios, no puedo explicar este amor por una persona que los ha maltratado tanto como yo. No lo puedo explicar. Ellos hablan de que Tú me amas, yo ni siquiera sé que existes, pero si es así, revélate. Yo quiero ser como ellos son”. No dijo: yo quiero creer en lo que ellos creen, dijo: Yo quiero ser como ellos son. ¡Se convirtió! ¿Sabe a dónde se fue como misionero?, a Panamá, después estuvo en España. Lo último que supe era que estaba en la frontera con México, en un instituto bíblico de McAllen, Texas. La verdad, sin amor, sigue siendo la verdad. El problema es que la verdad sin amor, no es creída, ni aceptada. Dios es amor y el que conoce a Dios, ama.
Fuente: Vivir en el poder del Evangelio – Jerry Cross