Érase una vez un hombre que poseía un diamante de un valor incalculable. Había heredado esta piedra de su padre, quien a su vez la había recibido de su padre, y así durante generaciones. Sin embargo, este hombre tenía tres hijos y no sabía cómo iba a transmitirles la piedra. Si se la daba a uno de los ellos, perjudicaría a los otros dos, y si la partía en tres trozos, perdería su valor. Así pues, confió el diamante a un maestro joyero, quien talló dos piedras extraordinarias y tan idénticas a la primera que en adelante nadie podría distinguirlas.
Ya en su lecho de muerte, el hombre dio una piedra a cada uno de sus hijos. Desde entonces, cuentan que los descendientes de los tres hermanos veneran como se merece la herencia de sus padres, pero que, desgraciadamente, algunos no cesan de sostener y de proclamar, con fuerza y rabia y a quien los quiera escuchar, que su piedra es la única válida y verdadera.
Ahora bien, todas las religiones dicen ser la verdadera y es la religión falsa la culpable de que hayan tantos ateos y confusión en este mundo.
En la actualidad existen muchas formas de reconocer un diamante verdadero de uno falso, como también existen muchas maneras de reconocer la religión falsa.
“Si alguno se cree religioso, pero no refrena su lengua, sino que engaña a su propio corazón, la religión del tal es vana. La religión pura y sin mácula delante de nuestro Dios y Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y guardarse sin mancha del mundo.” Santiago 1:26-27
“Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros; que como yo os he amado, así también os améis los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor los unos a los otros.”Juan 13:34-35
“Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; porque el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto.” 1 Juan 4:20