Una vez vivía en un lugar donde el jardín de mi vecino y el mío estaban separados por un seto muy imperfecto. Este vecino tenía un perro, el cual era muy mal jardinero, y que tampoco me ayudaba a mejorar el estado de mis plantas. Una tarde, mientras que yo daba un paseo, observé que el perro andaba haciendo una de sus travesuras y, como me encontraba lejos, le arrojé un palo mientras le gritaba que se fuese a su casa. El perro, en lugar de marcharse a su casa, recogió mi palo y vino hacia a mí con éste en la boca, moviendo la cola. Dejó caer el palo a mis pies y me echó una mirada amistosa. ¿Qué podía hacer yo, sino darle unas palmaditas mientras le echaba algún piropo y me arrepentía por haberle hablado ásperamente?.
La respuesta suave o conciliadora previene que la ira explote o se acreciente. Si respondes a alguien con una palabra áspera, esto revuelve su naturaleza carnal y pronto tienes entre manos una violenta discusión.
«La blanda respuesta quita la ira; Mas la palabra áspera hace subir el furor.» Proverbios 15:1
Fuente: Spurgeon