John Wesley acababa de comprar algunos cuadros para su habitación cuando una de las criadas llegó a su puerta. Era un día de invierno y él se dio cuenta de que solo tenía un vestido liviano de lino para protegerse contra el frío. Buscó en el bolsillo algo de dinero para darle y que se comprara un abrigo, y se encontró con que le quedaba muy poco. Sintió que el Señor no estaba conforme con la manera en que había gastado su dinero. Se preguntó: «¿Mi Amo diría: “Bien hecho, buen siervo fiel”? ¡Has adornado las paredes con el dinero que podría haber protegido a esta pobre criatura del frío! ¡Ay, Señor mío! ¡Qué espanto! ¿Acaso estos cuadros no son la sangre de esta pobre criada?»
¿Los cuadros que Wesley colgó en su habitación eran malos en sí mismos? Por supuesto que no. Sin embargo, lo que estaba mal, muy mal, era haber comprado una decoración innecesaria para sí mientras una mujer se congelaba afuera sin un abrigo.
Ahora bien, debemos tener cuidado de malinterpretar esta ilustración. El asunto es que no todos los cuadros que cuelgan de las paredes de mi casa o de la tuya son malos. (¡Conste que yo tengo cuadros en mi casa!) El asunto
tampoco es que tenemos que sentirnos culpables cada vez que compramos algo que no es necesario en lo absoluto. La realidad es que la mayoría de las cosas en la vida de nuestra cultura estadounidense se pueden clasificar como lujos, no necesidades. La computadora en la que estoy escribiendo este libro, la cuchara y el tenedor con los que comeré la cena esta noche, la cama y la almohada sobre las que dormiré esta noche (además de muchas otras cosas en mi vida) son todos lujos. Lo que podemos aprender de este suceso en la vida de Wesley es que nuestra perspectiva respecto a lo que poseemos cambia de manera radical cuando abrimos los ojos a las necesidades del mundo que nos rodea. Cuando tenemos el valor de mirar de frente a los hermanos cuyos cuerpos están desnutridos y cuyos cerebros
están deformados debido a la falta de alimento, Cristo cambiará nuestros deseos y anhelaremos sacrificar nuestros recursos para la gloria de su nombre entre ellos.
Extraído del libro: Radikal – David Platt