Sus manos temblaban al poner dentro de mi bolsillo el arrugado billete. “Es para misiones”, me dijo casi al oído. Recordé que aquel anciano sólo recibía mensualmente 18.00 dólares como pensión, y de eso él ya había dado el diezmo.
— Lo siento, pero no puedo tomar ese dinero — le dije—, yo sé que usted tiene muy poco para sus propios gastos.
Sus ojos me miraron con fijeza y con severidad cuando me dijo:
— Pastor ¿sólo porque soy pobre va usted a negarme el privilegio de dar para una causa que amo tanto? —
Fuente: W. E. Grindstaff.