Un hombre fue llamado a la playa para pintar un bote. Trajo pintura y pinceles y comenzó a pintar el bote de un rojo brillante, como lo habían contratado.
Mientras pintaba, vio que la pintura pasaba por el fondo del bote. Se dio cuenta de que había una fuga y decidió arreglarla. Cuando terminó de pintar, tomó su dinero y se fue.
Al día siguiente, el dueño del barco buscó al pintor para entregarle un cheque. El pintor se sorprendió y le dijo:
– ¡Ya me pagaste por la pintura del barco!
– Pero esto no es por el trabajo de pintura –le respondió el dueño–. Es por arreglar la fuga del barco.
– Ah, pero fue un servicio tan pequeño –le volvió a decir el pintor–. ¡Ciertamente me estás pagando mucho por algo tan insignificante!
– Mi querido amigo, no lo entiendes. Déjame decirte lo que pasó –explicó el dueño–. Cuando te pedí que pintaras el bote, olvidé mencionar la fuga. Cuando el barco se secó, mis hijos lo recogieron y se fueron a pescar. No estaba en casa en ese momento. Cuando regresé y noté que se habían ido con el bote, estaba desesperado, porque recordé que el bote tenía un agujero. Imagínese mi alivio y alegría cuando los vi regresar sanos y salvos. ¡Así que miré el barco y descubrí que lo habías arreglado! ¿Te das cuenta ahora de lo que hiciste? ¡Salvaste la vida de mis hijos! No tengo suficiente dinero para pagar tu «pequeña» buena acción.
Por muy pequeña que parezca tu asignación, haz siempre lo mejor, porque nunca sabes de qué forma puedes impactar la vida de una persona a través de tus acciones. Sé fiel aún en lo poco, porque si lo eres, en lo mucho te pondrá el Altísimo (lee Lucas 16:10).