Como sabrás, nos acercamos nuevamente a la fecha de mi cumpleaños, todos los años se hace una gran fiesta en mi honor, y creo que este año sucederá lo mismo.
En estos días, la gente hace muchas compras, hay anuncios en las radios, en la televisión, y por todas partes no se habla de otra cosa sino de lo poco que falta para que llegue el día.
La verdad, es agradable saber que, al menos un día algunas personas piensan un poco en mi. Como tu sabes, hace mucho años comenzaron a festejar mi cumpleaños.
Al principio no parecían comprender y agradecer lo mucho que hice por ellos, pero hoy en día nadie sabe para que celebran. La gente se reúne y divierte mucho, pero no sabe de que se trata.
Recuerdo el año pasado, al llegar el día de mi cumpleaños, hicieron una gran fiesta en mi honor; pero, ¿sabes una cosa?, ni siquiera me invitaron.
Yo era el festejado y ni siquiera se acordaron de invitarme, la fiesta era para mí y cuando llego mi gran día, me dejaron afuera, me cerraron la puerta. y yo quería compartir la mesa con ellos ……. (Apocalipsis 2:20).
La verdad no me sorprendió, porque en los últimos años todos me cierran las puertas. Como no me invitaron, se me ocurrió entrar sin hacer ruido y me quede en un rincón, estaban todos bebiendo, había algunos borrachos contando chistes, riéndose fuertemente; la estaban pasando en grande.
Para colmo llegó un viejo un viejo gordo, vestido de rojo, de barba blanca gritando «jo, jo, jo, jo, jo», parecía que había bebido de más, se dejó caer pesadamente en un sillón y todos los niños corrieron hacia él diciendo «Santa Clos, Santa Clos», como si la fiesta fuera en su honor.
Llegaron las 12 de la noche y todos comenzaron a abrazarse, yo extendí mis brazos esperando que alguien me abrazara. Y, ¿sabes? Nadie me abrazó.
Tal vez creerán que yo nunca lloro, pero esa noche lloré; me sentía destruido, como un ser abandonado, triste y olvidado. Me llegó tan hondo, pero al pasar por tu casa, tú y tu familia me invitaron a pasar, además me trataron como un rey.
Tú y tu familia realizaron una verdadera fiesta en la que yo era el invitado de honor, además cantaron himnos recordando mi nacimiento; hacía tanto tiempo que a nadie se le ocurría hacer eso.
Que Dios bendiga a todas las familias como la tuya, yo jamás dejo de estar con ellas ese día y todos los días.
Otra cosa que me asombra es que el día de mi cumpleaños en vez de hacerme regalos a mí, se regalan unos a otros. ¿Tu que sentirías si se hicieran regalos unos a otros y a ti no te regalaran nada?
Una vez alguien me dijo: ¿Cómo te voy a regalar algo si nunca te veo? Ya te imaginarás lo que le dije: «Regala comida, ropa y ayuda a los pobres, visita a los enfermos y a los que están solos y yo lo contaré como si me lo hubieras hecho a mí»…. (Mateo 25, 34-40).
Recuerdo lo que sucedió a un anciano llamado Juan, un día de mi cumpleaños anduvo de casa en casa pidiendo posada porque tenía hambre y no tenía familia. Tocó en muchas puertas sin que en ninguna le invitaran a la mesa, se dio por vencido al ver que ni siquiera esa noche iba a sentir el calor de un hogar.
¿Que tienes Juan? El dijo: «Es que nadie me invitó a pasar» Yo me senté a un lado de él y le dije: «No te apures que a mí tampoco me han dejado entrar». Pero toda paciencia tiene un limite, aun la MIA. Voy a contarte un secreto: como son pocos los que me invitan a la fiesta que han hecho, estoy pensando en hacer mi propia fiesta, una fiesta grandiosa como la que jamás se hubiera imaginado.
Una fiesta espectacular con grandes personalidades: Abraham, Moisés, el rey David y otros. Todavía estoy haciendo los últimos arreglos, por lo que quizá no sea este año. Estoy enviando muchas invitaciones y hoy, querido amigo, hay una invitación para ti. Sólo que quiero que me digas si quieres asistir y te reservaré un lugar, y escribiré tu nombre con letras de oro en mi gran libro de invitados.
Prepárate, porque cuando todo esté listo, daré la gran sorpresa. Hasta pronto.
Tu amigo, Jesús de Nazaret.