(Esta carta fue hallada en el campo de batalla dentro del bolsillo de la chaqueta de un soldado; su cuerpo fue encontrado completamente destrozado causado por una granada.)
«Escúchame, Señor, yo nunca he hablado contigo, hoy quiero saludarte. ¿Cómo estás? Tú sabes, siempre me decían que no existías y yo siendo un tonto creí que era verdad.
Yo nunca había mirado Tu gran obra, anoche desde el cráter que hizo una granada vi Tu cielo estrellado y comprendí que había sido engañado. Ahora mis ojos fueron abiertos y mi corazón se abrió para recibirte Jesucristo en mi corazón como el Salvador de mi alma.
Yo no sé si Tú, Dios, estrecharás mi mano, pero voy a explicarte y me comprenderás… Es bien curioso, en este horrible infierno he encontrado la luz para mirar Tu faz.
Después de esto tengo mucho que decirte y no tan sólo de saber que existes. Pasada la medianoche habrá ofensiva, pero no temo. Sé que Tú vigilarás. ¿Oyes ya la señal? Bueno mi Dios, ya debo irme, me encariñé Contigo. Aún quería decirte que como sabes, habrá lucha cruenta y quizás esta noche llamaré a Tu puerta.
Aunque nunca antes fuimos amigos, ahora sé que me dejarás entrar en Tu reino porque he aceptado la obra de Tu Hijo Sagrado al morir por mis pecados. Pero si estoy llorando. Ya ves, Dios mío, se me ocurre que ya no soy impío. Bueno, mi Dios, debo irme. Es raro, pero hoy ya no temo a la muerte.»
«Porque todo aquel que invocare el Nombre del Señor, será salvo.» Romanos 10: 13
«Pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor.» 2 Corintios 5: 8