Audubon, el gran naturalista, estuvo dispuesto a sufrir grandes privaciones para aprender más acerca del mundo de las aves. Dejemos explicarlo a Robert G. Lee: Contaba su confort físico como una nadería en comparación con el éxito en su trabajo. Se quedaba agachado e inmóvil durante horas en la oscuridad y la niebla, considerándose más que bien recompensado, si, después de semanas de observación, conseguía un dato adicional acerca de un ave solitaria. Tenía que estar sumergido casi hasta el cuello en agua casi estancada, casi sin respirar, mientras innumerables serpientes mocasín, venenosas, nadaban junto a su cara, y grandes caimanes pasaban cerca y contemplaban su silenciosa vigilancia. «No era agradable», decía, mientras el rostro se le encendía de entusiasmo, «pero, ¿qué? Tengo el apunte de aquella ave». Hacía esto por conseguir el apunte de un ave.
Debido al ejemplo de otros, debido a las apremiantes necesidades de un mundo que está pereciendo, debido al peligro personal de arruinar nuestro testimonio, deberíamos disciplinarnos para que Cristo tenga lo mejor de nuestras vidas.
«Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio».2 Timoteo 1:7