Pocos artistas han generado tanto misterio como el icónico guitarrista de blues Robert Johnson (1911-1938). Se cuenta que vendió su alma al diablo a cambio de un talento inigualable para tocar blues, un mito que ha perdurado en la historia de la música. A pesar de haber grabado solo 29 canciones en dos sesiones en Texas entre 1936 y 1937, su legado ha dejado una profunda huella en el blues.
En su juventud, Johnson era un músico sin éxito y con una habilidad limitada en la guitarra. Después de aprender los fundamentos del blues de Willie Brown y ser influenciado por el estilo del bluesman Son House, Johnson desapareció misteriosamente durante varios meses. Al regresar, su habilidad en la guitarra había mejorado de manera sorprendente, lo que llevó a House a sospechar que Johnson había hecho un pacto con el diablo.
La leyenda cuenta que Johnson vendió su alma al diablo en un cruce de caminos en Clarksdale, Mississippi, donde el maligno le habría otorgado el dominio absoluto sobre la guitarra. Robert Johnson deambuló tocando por todo el sur de Estados Unidos, como si huyera de alguien. Las letras de sus canciones alimentaban el misterio porque trataban sobre desesperación religiosa y demonios interiores. Dos de sus mayores éxitos hicieron referencia a su supuesto pacto demoníaco. “Crossroad blues”, por ejemplo, relata que los cruces de caminos son la mejor manera de encontrarse con lucifer y la letra de otro de sus éxitos, “Me and the devil blues”, dice textualmente: “Early in the morning, when you knock at my door. I said Hello Satan, I believe it’s time to go” (“Temprano en la mañana, cuando tocas a mi puerta. Digo hola a satán, Creo que es hora de irme”).
A pesar de las historias sobre su talento demoníaco, es probable que Johnson mejorara sus habilidades bajo la tutela de un talentoso guitarrista llamado Ike Zinnerman, quien tenía la costumbre de practicar en cementerios bajo la luz de la luna. Este entorno inusual pudo haber alimentado las leyendas que rodeaban a Johnson.
Robert Johnson murió a los 27 años en circunstancias misteriosas, y aunque se especula que fue envenenado, su verdadero lugar de descanso sigue siendo incierto. Hay tres lápidas en Greenwood dedicadas a Robert Johnson, sobre tres supuestas tumbas. No parece que ninguna sea auténtica. Se cree (al menos lo cree Sony, que edita sus grabaciones) que el guitarrista fue enterrado bajo un árbol, sin lápida ni cruz, al lado del cruce de caminos.
En la cultura popular, el cruce de las carreteras 61 y 49 en Clarksdale (Misisipi) se ha convertido en un sitio de peregrinación para aquellos fascinados por la historia de Johnson y su supuesto pacto con el diablo.
Sin embargo, más allá del mito, lo que perdura es la contribución incomparable de Johnson al blues, un género musical que él ayudó a definir y popularizar.
La historia de Robert Johnson y su supuesto pacto con el diablo ha fascinado a generaciones, pero desde una perspectiva cristiana, es esencial abordar esta narrativa con discernimiento y verdad. La leyenda de que Johnson vendió su alma a Satanás para obtener su talento musical no solo es un mito sin fundamento, sino que también perpetúa una idea errónea sobre la naturaleza del talento y el éxito.
La Biblia enseña que los dones y talentos provienen de Dios, quien los otorga a cada persona según Su propósito y plan (Santiago 1:17). El mito de vender el alma al diablo no solo es contrario a la enseñanza cristiana, sino que también trivializa la gracia y la soberanía de Dios. La idea de que Satanás pueda otorgar habilidades artísticas a cambio de un alma es una distorsión de la verdad espiritual. El verdadero talento se cultiva a través de la dedicación, la práctica y la inspiración divina, no a través de pactos oscuros.
La fascinación por lo oculto y lo sobrenatural puede desviar la atención de lo que realmente importa: la relación personal con Dios y el uso de los talentos para Su gloria. En lugar de buscar explicaciones místicas o sensacionalistas para el éxito, los creyentes deben reconocer que todo lo que tenemos, incluidos nuestros talentos, proviene de Dios y debe ser utilizado en conformidad con Su voluntad.
El mito de Robert Johnson es un recordatorio de cómo las leyendas y las historias pueden distorsionar la realidad y llevarnos a enfoques incorrectos sobre el origen del talento. En última instancia, es Dios quien concede las habilidades y los dones, y solo a Él debemos rendirle cuentas por cómo los usamos.