Pocos artistas han generado tanto misterio como el genial guitarrista de blues Robert Johnson (1911-1938), un músico al que siempre se lo conoció por la leyenda de haber vendido su alma al diablo a cambio de un incomparable talento para tocar blues. Sus únicas 29 canciones fueron grabadas en dos sesiones entre 1936 y 1937 en Texas.
Cuando Johnson tenía algo de 20 era un músico sin éxito, era un músico más bien mediocre. Tras aprender algunos rudimentos musicales del cantante Willie Brown, se relacionó con el bluesman Son House, de cuyo sonido quedó prendado. Sin embargo House pensaba de Johnson como un pésimo guitarrista.
En 1931, Robert Johnson, que se había enterado cuando niño que su verdadero padre era un tal Noah Johnson, un forastero que había pasado una vez por su miserable pueblo de Mississipi, salió supuestamente en su busca y desapareció durante varios meses. Cuando regresó y se presentó de nuevo ante Willie Brown y Son House, el joven bluesman tomó su guitarra y comenzó a tocar. Pero algo había cambiado. Su técnica era exquisita y ahora derrochaba un talento desconocido. House, que meses antes no quería escucharlo tocar, quedó impactado con la metamorfosis del músico, y sólo encontró una explicación lógica para aquello: “Ha vendido su alma al diablo para tocar así”.
El supuesto pacto con el diablo
El otrora mediocre músico sin talento se había convertido, de la noche a la mañana, en un verdadero maestro de la ejecución guitarrística. En ese momento comenzó a tejerse la leyenda, alimentada en parte por el mismo Johnson. Se decía que el músico había vendido su alma al diablo en el cruce de la actual autopista 61 con la 49 en Clarksdale, Mississipi, a cambio de tocar blues mejor que nadie. Johnson habría esperado en la intersección de caminos hasta medianoche con su guitarra en la mano. Luego el maligno se le habría aparecido y, tras prometerle que dominaría la guitarra como nadie, a cambio de su alma, le explicó que solamente debía deslizar las manos sobre su instrumento para interpretar el mejor blues de la historia.
Mito o realidad, lo concreto es que Robert Johnson deambuló tocando por todo el sur de Estados Unidos, como si huyera de alguien. Las letras de sus canciones alimentaban el misterio porque trataban sobre desesperación religiosa y demonios interiores. Dos de sus mayores éxitos hicieron referencia a su supuesto pacto demoníaco. “Crossroad blues”, por ejemplo, relata que los cruces de caminos son la mejor manera de encontrarse con lucifer y la letra de otro de sus éxitos, “Me and the devil blues”, dice textualmente: “Early in the morning, when you knock at my door. I said Hello Satan, I believe it’s time to go” (“Temprano en la mañana, cuando tocas a mi puerta. Digo hola a satán, Creo que es hora de irme”).
Se aseguraba, por otra parte, que en el estudio de grabación usaba siempre una derruida guitarra Gibson, de la que nunca se separaba, y tocaba siempre mirando a la pared, presumiblemente para ocultar sus ojos cuando era poseído por el diablo. También podía estar con sus amigos bebiendo y conversando en un bar mientras bebía, sin prestar atención a la música que sonaba en la radio, pero al día siguiente era capaz de reproducir cada canción escuchada el día anterior, por orden y nota por nota.
Quienes lo vieron tocar en los clubes aseguraban que sus ojos siempre estaban desorbitados al momento de subir a un escenario y que tocaba siempre en la semipenumbra, para que no vieran su forma de puntear la guitarra.
Robert Johnson murió el 16 de agosto de 1938, a los 27 años, en un cruce de caminos, cerca de Greenwood (Misisipi). Todo hace pensar que fue envenenado. Hay tres lápidas en Greenwood dedicadas a Robert Johnson, sobre tres supuestas tumbas. No parece que ninguna sea auténtica. Se cree (al menos lo cree Sony, que edita sus grabaciones) que el guitarrista fue enterrado bajo un árbol, sin lápida ni cruz, al lado del cruce de caminos.
En su canción Yo y el diablo, Robert Johnson decía: «Enterrad mi cuerpo junto a la carretera, para que mi viejo y malvado espíritu pueda subirse a un autobús de la Greyhound y viajar».
El cruce de las carreteras 61 y 49 en Clarksdale (Misisipi), donde se supone que el diablo afinó la guitarra de Johnson, se ha convertido en lugar de peregrinación.
¿Fue Satanás en persona el que le concedió el extraordinario don musical guitarrístico a Robert Johnson?. Algunos aseguran que el verdadero maestro de Johnson no fue un maléfico hombre de negro que se le apareció en el cruce de las carreteras 61 y 49, sino que un músico de Alabama llamado Ike Zinnerman, que acostumbraba a tocar a la luz de la luna, encima de las lápidas de los cementerios. Lo único cierto es que Robert Johnson superó musicalmente a todos sus contemporáneos.