La historia de la Virgen de Guadalupe se remonta al año 1531, cuando, según la tradición católica, la Virgen María se apareció en cuatro ocasiones a un indígena llamado Juan Diego en el cerro del Tepeyac, cerca de la actual Ciudad de México. La leyenda cuenta que la Virgen, presentándose como la «Madre del verdadero Dios», pidió a Juan Diego que fuera a ver al obispo para solicitar la construcción de un templo en su honor. Como prueba de sus apariciones, la Virgen hizo que en pleno invierno crecieran rosas en el cerro y luego dejó una imagen de sí misma impresa milagrosamente en la tilma de Juan Diego. Esta imagen es la que hoy se venera en la Basílica de Guadalupe[1].
La devoción a la Virgen de Guadalupe se consolidó rápidamente en el mundo católico, convirtiéndose en un símbolo de identidad religiosa y cultural para los mexicanos, y siendo declarada la patrona de América Latina. A lo largo de los siglos, la Iglesia Católica ha promovido y defendido la autenticidad de las apariciones guadalupanas, basándose principalmente en la tradición oral y el testimonio del supuesto milagro de la tilma[2], la cual aún se conserva en la Basílica de Guadalupe.
La Iglesia sostiene esta devoción no solo como un hecho histórico, sino como una manifestación de la especial intercesión de María por el pueblo mexicano y los fieles en general. La creencia en las apariciones está profundamente arraigada en la piedad popular, y cada 12 de diciembre, millones de peregrinos acuden a venerar la imagen, que se considera milagrosa.
Sin embargo, desde una perspectiva bíblica, esta doctrina presenta varias dificultades. En primer lugar, las Escrituras no mencionan ninguna aparición posterior de María después de la ascensión de Jesús al cielo. La Biblia presenta a María como una mujer de fe y obediencia a Dios, pero no otorga indicios de que tuviera un papel de mediadora o intercesora después de su muerte. De hecho, 1 Timoteo 2:5 es claro en afirmar que «hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre». Este versículo excluye cualquier otra figura, incluyendo a María, como mediadora entre Dios y los hombres.
Otro aspecto problemático es la veneración de imágenes. La imagen de la Virgen de Guadalupe ha sido objeto de culto y veneración a lo largo de los siglos, lo que plantea un conflicto con los principios bíblicos. Éxodo 20:4-5 prohíbe explícitamente la creación y adoración de imágenes: «No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que está arriba en el cielo, ni abajo en la tierra… No te inclinarás a ellas, ni las honrarás». Aunque la Iglesia Católica distingue entre veneración (dulia) y adoración (latría), la práctica de postrarse ante imágenes o dirigir oraciones a través de ellas no tiene un fundamento bíblico.
Asimismo, no hay evidencias en las Escrituras que apoyen el concepto de apariciones marianas. Jesús enseñó que los creyentes deben acudir directamente al Padre en oración (Mateo 6:6-9), y el Nuevo Testamento enfatiza la suficiencia de Cristo como nuestro intercesor. Hebreos 7:25 afirma que «Cristo puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos». El papel de Jesús como intercesor es completo y suficiente, lo que hace innecesario acudir a otras figuras.
En conclusión, la devoción a la Virgen de Guadalupe se basa en tradiciones que, aunque populares y profundamente arraigadas en la cultura, no encuentran respaldo en las Escrituras. La Biblia nos llama a centrar nuestra fe y nuestra adoración únicamente en Dios a través de Jesucristo, quien es el único mediador entre Dios y los hombres. Por lo tanto, aunque la figura de la Virgen de Guadalupe puede tener un significado cultural e histórico para muchos, desde una perspectiva bíblica, no puede ser considerada como una doctrina fundamentada en la Palabra de Dios.
[1] «Nican Mopohua»: Este es el texto más famoso que narra la aparición de la Virgen de Guadalupe a Juan Diego. Fue escrito en náhuatl por el indígena Antonio Valeriano en 1556, aunque se basa en relatos orales previos. Este texto es fundamental para entender la tradición guadalupana.
[2] La tilma es una prenda de vestir tradicional que se utilizaba en la época prehispánica en Mesoamérica, especialmente entre los pueblos indígenas de la región que hoy corresponde a México.