Poco después de la Segunda Guerra Mundial una mujer entró en una tienda de alimentación y pidió comida suficiente para una comida de Navidad para sus hijos. Cuando el dueño preguntó cuánto podría pagar, ella respondió:
– Mi marido murió en la guerra. La verdad es que no tengo nada que ofrecer mas que una pequeña oración.
El hombre, un incrédulo inmutado ante la necesidad de la mujer, dijo sarcásticamente:
-Escriba su oración en un trozo de papel, y le daré su peso en artículos de alimentación.
Para su sorpresa, ella sacó una nota doblada del bolsillo, y se la dio:
-Ya la escribí anoche, mientras velaba a mi hijo enfermo, contestó de inmediato. Sin siquiera leerla, la puso en un platillo de sus anticuadas balanzas.
– Bueno, veremos para cuánta comida vale masculló-. Para sobresalto suyo, no sucedió nada cuando puso una hogaza de pan en el otro platillo. Pero se sobresaltó más cuando añadió otros artículos y seguía sin suceder nada. Finalmente dijo malhumorado:
– Bueno, ya no cabe más, de todas maneras. Aquí tiene la bolsa. Tendrá que ponerse las cosas usted misma. ¡Estoy ocupado! Con un sollozante » gracias» la mujer salió feliz.
El tendero descubrió poco después que tenía las balanzas averiadas. Con el paso de los años, seguía preguntándose si aquello había sido una mera coincidencia. ¿Por qué la mujer tenía la oración ya escrita antes de que él se la pidiera? ¿Cómo es que vino justo en el momento en que el mecanismo se había roto?
Siempre que mira a aquella hoja de papel con su petición, se asombra, porque dice: » Por favor, amado Señor, ¡danos hoy nuestro pan de cada día!