En el Siglo II de nuestra era, llevaron a un cristiano ante un rey que quería que el hombre abandonara a Cristo y al cristianismo. El soberano le dijo:
– Si no abandonas tu fe, te voy a desterrar.
El hombre, sonriendo, contestó:
– Su majestad no puede desterrarme de Cristo, que ha dicho: «Nunca te dejaré ni te abandonaré.»
Entonces el rey, enojado, le dijo:
– Lo que haré es confiscar tus bienes y quitarte todo.
El hombre respondió:
– Mis tesoros están en el cielo; usted no podrá tocarlos.
El rey se enojó aun más y dijo:
– Lo único que queda es matarte.
– Pero – dijo el hombre-, hace cuarenta años que estoy muerto. Morí con Cristo, y mi vida está escondida con Cristo en Dios, por lo que usted no podrá tocarla.