Nuestra hija Jennifer recibió una muñeca «Holly Hobbie» una Navidad a quien amó y estimó por muchos años. Había ocasiones cuando nos pedía que abrazáramos la muñeca mientras preparábamos su cuna. «Ten mucho cuidado al abrazarla, Papá,» era una instrucción común. Su mamá y yo veíamos esa muñeca remendada, con su ropa manchada y pelo faltante, y nos enfocábamos en su valor material. A menudo pensábamos que ese montón de tela ciertamente costaba más mantenerla de lo que valía materialmente. Para nosotros esa muñeca no tenía valor, pero no así para su dueña. Para Jennifer, esa muñeca era preciosa. Y mientras más andrajosa quedaba, más amor y cuidado le daba. Las palabras de Jennifer, «Ten mucho cuidado al abrazarla,» gobernada nuestro cuidado. Abrazábamos esa muñeca, no basándonos en nuestra percepción de su valor, sino en el valor que le asignaba su dueña. Tú eres como esa muñeca Holly Hobbie – tienes un dueño, Jesucristo. Para El eres absolutamente precioso. Eres tan precioso que El dejó el esplendor del cielo para venir a la tierra a morir por ti (Filipenses 2:6-8). «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3:16). No basamos nuestra conducta hacia el prójimo sobre cuán valioso son ellos para mí, ni sobre cualquier valor intrínseco encontrado en nuestra humanidad, sino sobre cuán preciosos somos para Dios, (Romanos 8:35-39).
Extraído del libro: Etica Biblica para padres de familia de Gary Ezzo