Elisa Sierra, mujer de cuarenta años de edad con retraso mental, no podía creerlo. Ahí, en medio del andén, había un fajo de billetes. Era un paquete grueso con billetes de alta numeración. Quizá fueran miles o hasta millones. Así que lo recogió de la acera y lo guardó presurosa en su bolso.
Al día siguiente Elisa tuvo la imprudencia de mostrarle su gran fortuna a un vagabundo.
El, tan marginado como ella, le arrebató una buena parte del dinero y salió corriendo, pero ella lo persiguió hasta hallarlo en un bar, donde lo mató, clavándole un punzón en la nuca. Lo que la desatinada mujer no sabía era que esos billetes por los que había matado al rapaz vagabundo eran billetes argentinos tan devaluados que con todos ellos no le hubiera alcanzado para pagar ni una sola comida en Buenos Aires.
¡Cuántas veces nosotros que, a diferencia de Elisa, nos consideramos del todo cuerdos, cometemos locuras por cuestiones de ínfimo o miserable valor! ¡Cuántas veces cambiamos preciosas virtudes por placeres y caprichos que no valen nada! ¡Cuántas veces sacrificamos una felicidad hogareña, o hipotecamos un destino que se presenta promisorio y brillante, por algo de veras despreciable!.