George Müller hablaba de un rico alemán cuya mujer era creyente devota. Este hombre era un gran bebedor, y pasaba el tiempo hasta muy adentrada la noche en la taberna. Ella enviaba a las criadas a la cama, se quedaba en vela hasta que volvía, lo recibía cariñosamente, y nunca le recriminaba ni se quejaba. Algunas veces incluso tenía que desvestirle y ponerlo en la cama. Una noche en la taberna, el hombre dijo a sus compinches:
– Estoy seguro de que si vamos a casa, mi mujer estará sentada esperándome. Vendrá a la puerta, nos dará una regia bienvenida e incluso nos hará la cena, si se lo pido.
Al principio no se lo creían, pero decidieron acompañarlo para verlo. Y desde luego, salió a la puerta, los recibió cortésmente, y estuvo bien dispuesta a hacerles la cena sin la menor muestra de resentimiento. Después de servirlos, se fue a su dormitorio. Tan pronto como hubo salido, uno de los hombres comenzó a condenar al marido.
– ¿Qué clase de hombre eres tú, que tratas tan miserablemente a una mujer tan buena?
El acusador se levantó sin terminar la cena y salió de la casa. Otro hizo lo mismo, y otro, hasta que todos se fueron sin comer. A la media hora, el marido cayó bajo una profunda convicción de su maldad, y especialmente de su desalmado trato de su mujer. Fue al dormitorio de su mujer, le pidió que orase por él, se arrepintió de sus pecados y se entregó a Cristo. Desde aquel momento vino a ser un devoto discípulo del Señor Jesús. ¡Ganado sin una palabra!
George Müller advierte: No os desalentéis si tenéis que sufrir de parte de parientes inconversos. Tal vez muy pronto el Señor os dé el deseo de vuestros corazones y conteste a vuestras oraciones por ellos. Pero, mientras tanto, tratad de recomendar la verdad no reprochándolos por la conducta que tienen para con vosotros, sino manifestando para con ellos la mansedumbre, gentileza y benignidad del Señor Jesucristo.
«Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, considerando vuestra conducta casta y respetuosa.» 1 Pedro 3:1-2
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Dios guarde para siempre de nuestros parientes inconversos