Hace varios años, el capitán D. estaba al mando de un barco que navegaba desde Liverpool a Nueva York, y en este viaje llevaba a toda su familia a bordo.
Una noche, cuando todo el mundo dormía, inesperadamente empezó a soplar un fuerte viento que, alborotando el mar, dio además contra el barco e hizo que se inclinara de un modo alarmante, sacudiendo y derribando todo cuanto había suelto.
Todos en el barco despertaron alarmados y, saltando de sus cabinas, empezaron a vestirse, para estar preparados en caso de emergencia.
El capitán D. tenía una hijita de ocho años, que, naturalmente, se despertó con el resto. «¿Qué pasa?», preguntó asustada. Le dijeron que una tormenta súbita estaba zarandeando el barco. «¿Está mi padre en la cubierta?», preguntó. «Sí, tu padre está en la cubierta», le contestaron. La niña volvió a poner la cabeza sobre la almohada sin temor, y al poco estaba durmiendo otra vez a pesar del viento y las olas (El Tesoro Bíblico).
Un acontecimiento similar leemos en los evangelios, por ejemplo, en Marcos 4:35-41 se nos dice que Jesús y sus discípulos estaban navegando en una barca y de pronto hubo una tormenta terrible.
Las olas se encrespaban y los vientos soplaban. Los discípulos tenían miedo de que la barca se hundiera.
Los discípulos buscaron a Jesús y lo encontraron durmiendo. “¡Sálvanos!”, exclamaron.
“¿Por qué teméis?”, les preguntó Jesús.
Jesús se levantó y mandó que la tormenta se calmara. Los discípulos observaban mientras las olas dejaban de azotar y los vientos dejaban de soplar. La tormenta había terminado, tal como Jesús había mandado que lo hiciera.
A veces ocurren cosas que nos dan miedo, las circunstancias sacuden nuestro barco, pero si Jesús está en el barco podemos sentirnos seguros y tranquilos como la hija del capitán D.