Hacia finales del año 1800, escondida entre las montañas de Gales, Gran Bretaña, había una pequeña cabaña en la que vivía la niña Mary Jones. Los padres de Mary eran gente trabajadora. Su papá tejía hermosas telas para vender en el mercado. Su mamá se ocupaba de los quehaceres del hogar. Los domingos Mary y sus padres iban a la iglesia. A Mary le gustaba cantar los himnos; pero cuando el pastor predicaba era difícil para ella comprender los mensajes. Cuando escuchaba al pastor leer la Biblia, deseaba saber más de la palabra de Dios. Entonces nació en su corazón el deseo de tener una Biblia propia.
En aquel tiempo las Biblias eran muy escasas, y algunas iglesias tenían un solo ejemplar encadenado al púlpito. En el hogar de Mary no había Biblia, y aunque la hubieran tenido, ella no sabía leer. Pero cuando se abrió una escuela cerca de su casa, su papá le dio permiso para que ella asistiera. El buen maestro John Ellis les enseñó a los niños a leer y a escribir. Cuando aprendió a leer, Mary caminaba todos los sábados más de tres kilómetros hasta la casa de la señora Evans, la esposa de un campesino rico que poseía una Biblia, para leerla. Pero más que nada, Mary quería tener una Biblia propia.
Mary comenzó a trabajar para juntar el dinero necesario para comprar su Biblia. Ayudaba a los vecinos con la limpieza y el cuidado de los niños, apacentaba vacas, vendía los huevos de dos gallinas que le había dado su mamá, cargaba agua del pozo, remendaba ropa. Mary hacía cualquier cosa para ganar unos centavitos. Después de seis largos años de trabajar y ahorrar, Mary tuvo lo suficiente para comprar una Biblia, que en esa época era muy costosa.
¡Qué emoción debe haber sentido al saber que pronto tendría su propia Biblia!
Como no se vendían Biblias en el pueblo de Mary, debió ir a Bala, que quedaba a cuarenta kilómetros de su casa.
Mary ya era una jovencita de 15 años, cuando llego aquel hermoso día de primavera, en el cual salió de su casa después de orar junto a sus padres encomendando tan largo viaje al Señor, para que la guardase y cuidara.
Tuvo que caminar solita esa distancia, ¡y descalza! pues no quería gastar su único par de zapatos, pero lo hizo con alegría para conseguir su Biblia.
Al llegar a casa del pastor Charles, que vendía Biblias, recibió la triste noticia: “¡Ya no quedan más!” Mary lloró desconsolada al oírlo. ¿Sería que se había esforzado en vano durante tantos años?
Al ver a Mary llorando amargamente, el pastor Charles se conmovió. —Hijita –le dijo– no te puedo negar una Biblia. Un amigo mío tiene una Biblia que ha dejado en mi estante.
Voy a pedirle permiso para vendértela. Y así fue… El pastor Charles tomó esa Biblia y se la entregó a Mary diciéndoles: “Estoy muy feliz de podértela entregar. Léela, estúdiala, atesora sus sagradas palabras, y pon en práctica sus enseñanzas.”
¡Imagina el gozo que sintió Mary al tener la Biblia en sus manos! Una Biblia propia y en su propio idioma. ¡Sin duda fue saltando de alegría todo el camino de regreso a casa! El pastor Charles no pudo olvidar a la joven que había trabajado durante seis años y había caminado tanto para conseguir una Biblia en su idioma.
Entonces le surgió el deseo de que todos los niños, jóvenes y adultos tuvieran también una Biblia. Con la ayuda de otras personas que tenían el mismo anhelo, fundó en Londres la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera. Gracias a ese esfuerzo, hoy en tu país hay una Sociedad Bíblica y puedes tener una Biblia.
Ahora Mary está en el cielo. Ya hace doscientos años desde que ella trabajó diligentemente para comprar su Biblia. Mary fue un instrumento de Dios para que muchas personas, en distintos países del mundo, puedan tener la Biblia en su propio idioma. Tú también puedes ser un instrumento en las manos de Dios. Pídele con corazón sincero: “Hazme un instrumento”.