Llegó un ciervo a una fuente cristalina de aguas, y vio en la limpia superficie de ellas sus largas y delgadas piernas a la vez que sus hermosos cuernos. «Verdad es lo que de mí dicen las gentes», exclamó; «¡supero a todos los demás animales en gracia y en nobleza! ¡Qué graciosa al par que majestuosamente se levantan mis cuernos! Pero, ¡qué feos y qué delgaditos son mis pies!. En esto vio salir del bosque un león:
«¡Pies, ¿para qué os quiero?» y en dos saltos se puso fuera del alcance de su adversario.
Pero cuenta la fábula que, acertando a pasar en su precipitada fuga por una espesura, sus cuernos se enredaron en la maleza, y el león le dio alcance y lo devoró. Los pies, que tanto despreciaba antes lo salvaron; pero los cuernos, en que tanto orgullo tenía, le perdieron.
¡Cuán cierto es que generalmente nos perdemos por aquello en que tenemos orgullo! No te ensoberbezcas por lo que en ti hay de superior, ni desprecies lo que parece más humilde. La soberbia pierde, y la humildad salva.