En la segunda guerra mundial, los soldados escoceses fueron forzados por sus captores japoneses trabajar en los rieles del ferrocarril en la selva. Por el mal trato de los japoneses, el comportamiento de los soldados escoceses había degenerado a un estado bárbaro. Pero una tarde algo pasó. Se había perdido una pala.
El soldado japonés encargado se enfureció y demandó que se produzca la pala o él haría quien sabe qué. Cuando nadie en el escuadrón se movió, el oficial sacó su pistola y amenazó matar a todos en ese momento. Fue obvio que el oficial estaba hablando en serio.
Fue cuando un hombre tomó un paso hacia el frente. El oficial guardó su pistola, tomó una pala y golpeó al hombre hasta que falleció.
Después, los sobrevivientes escoceses tomaron al hombre muerto con sí mismos para hacer el segundo chequeo de las herramientas. Esta vez encontraron que no se había perdido la pala. La verdad es que alguien no contó bien la primera vez.
El asunto corrió por todo el campamento un hombre inocente estaba de buena voluntad el sacrificar su vida por los demás. Este incidente tuvo un efecto profundo en los escoceses. Los soldados empezaron a tratar a los demás como si fueran hermanos. Cuando los aliados victoriosos entraron, los sobrevivientes, esqueletos humanos, se pusieron en fila al frente de sus captores y, en vez de atacarles, insistieron, «No más odio. No más matanza. Lo que necesitamos ahora es el perdón«.