Tolstoy cuenta de un agricultor que tenía el deseo incesante de poseer más tierras. Finalmente oyó acerca de tierra muy barata en el territorio de los Bashkirs. Vendió todo lo que tenía, hizo un largo viaje hasta allá e hizo un trato con ellos. Por mil rublos podía comprar toda la tierra que pudiese rodear andando durante un día.
A la mañana siguiente se puso en marcha y, tras recorrer una larga distancia yendo en la misma dirección, giró a la izquierda. Hizo muchos desvíos para incluir áreas adicionales de buena tierra. Para el tiempo en que giraba la última curva, se dio cuenta de que se había alejado demasiado. Corrió tan rápido como pudo para llegar al punto de partida antes de la puesta del sol. Corrió y con toda su fuerza, hasta que finalmente jadeando se desplomó sobre el punto de partida justamente cuando se ponía el sol. Allí yacía muerto. Le enterraron en un pequeño agujero; esa era toda la tierra que necesitaba.
Afortunadamente, el ansia del corazón humano es plenamente satisfecha en Cristo:
«¡Oh fuente venturosa Del más profundo amor! De ti bebió sediento Mi pobre corazón. Saciado en las alturas También por ti seré, Océano insondable En tierra de Emanuel». Anne Ross Cousin