En la noche del 8 de octubre de 1871, una señora de apellido O’Leary encendió una pequeña lámpara y se dirigió al establo, para poder alumbrarse mientras ordeñaba la vaca. El animal pateó la lámpara y la débil llama de la misma encendió el heno seco, con lo cual se inició un incendio de proporciones mayores. El fuego duró más de 24 horas, arrasando la zona comercial central de la gran ciudad de Chicago y destruyendo 17.450 edificios en un área aproximada de seis a siete kilómetros cuadrados. Murieron como 300 personas por lo menos, 90.000 quedaron sin hogar y los daños ascendieron a la suma de 200 millones de dólares.
Este tipo de accidentes suelen suceder a menudo en nuestra sociedad moderna; ya sea por negligencia o por descuido.
Cuando venimos a Cristo y recibimos su perdón estamos muy concentrados con respecto al pecado, pero cuando maduramos y consideramos que ya hemos pasado la zona de peligro en nuestra vida, nos relajamos y descuidamos nuestra vida espiritual.
Tengamos cuidado de ella porque el cristiano jamás debe bajar la guardia, el peregrino veterano debe seguir luchando hasta el fin. Ser negligente en el aspecto espiritual puede ocasionar un gran desastre espiritual en nuestra vida.
Recuerda que el buen Noé en su madurez fue vencido por el vino. Fue un David maduro, no uno joven, que lamentablemente miró a Betsabé con consecuencias tan trágicas. Fue un Salomón de edad madura que buscó aumentar la cantidad de esposas y manchó su buena reputación al tolerar los ídolos que ellas adoraban. Fue un Ezequías maduro, no un adolescente, que mostró sus tesoros a los embajadores extranjeros. Estas cosas fueron escritas para nuestro aprendizaje.