Rafael y Aurora fueron muy felices el día que nació su hijo, le pusieron el nombre de su padre. Eran una familia unida y trabajadora. Durante toda la vida cuidaron y protegieron muy bien a Rafelito. Todos sus ahorros los emplearon para que el joven fuera a la universidad, ya que ellos no habían tenido esa oportunidad.
El joven que era muy inteligente se gradúo con honores, y llegó a ser un famoso arquitecto. Se casó y tuvo su propia familia. Visitaba una que otra vez a sus padres, pero siempre estaba apurado. Después del fallecimiento del padre, Rafelito colocó a su madre en un asilo.
Sin paciencia para darle atención a su madre viejita, deseando aprovechar la vida, usando como justificación la falta de tiempo, él la visitaba solamente de vez en cuando a su anciana madre. Así pasaron varios años y la salud de su madre se deterioró.
Un día, él recibió una llamada del asilo, informándole que su madre se estaba muriendo y fue corriendo para verla antes de que falleciera. Al llegar, el hijo le preguntó:
– ¿Deseas que haga algo por tí, madre?
La madre le dijo:
– Quiero que coloques ventiladores en el asilo porque aquí no tienen. Y quiero que compres refrigeradoras nuevas también, para que la comida no se dañe más… ¡Muchas veces, a lo largo de estos años, dormí sin comer nada!
El hijo, muy sorprendido y aturdido, le dijo:
– ¿Pero ahora me estás pidiendo estas cosas, madre? ¿Cuando estás muriendo? ¿Por qué no me pediste antes?
La madre, muy triste, lo miró profundamente y respondió:
– Hijo mío, me acostumbré con el hambre y el calor, pero mi miedo es que tú no te acostumbres, cuando estés viejo y tus hijos te coloquen aquí…
Moraleja: No quieres ser juzgado de manera injusta; no seas injusto con quienes han entregado toda la vida por el bien tuyo.
«Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra». Efesios 6:2-3