Un cierto rico escocés había prestado en vida mucho dinero a varias personas. Siendo que era muy considerado, trabaja con cariño a sus deudores y cuando se daba cuenta de que era imposible que le pagaran, ponía debajo de la cuenta su firma junto con las palabras: «Perdonado».
Después de su muerte, su esposa se dio cuenta que era mucho el dinero que amparaban las notas perdonadas y se dio a la tarea de cobrarlas. Tuvo que principiar juicios legales hasta que el juez; al examinar uno de estos casos le preguntó:
–Señora, ¿es esta la firma de su esposo?
–Sí contestó ella–, de eso no hay duda.
–Entonces dijo el Juez no hay nada que obligue a estas gentes a pagar cuando el mismo esposo de usted ha escrito la palabra «Perdonado».
Si Cristo nos ha perdonado nuestros pecados, en vano se ufana el diablo por traérnoslos a la memoria. «Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús (Romanos 8:1).