Un rey comisionó a un artista principal que pintara un cuadro de perfecta felicidad. No le dio más instrucciones. El artista se dispuso a encontrar lo que la gente considera la felicidad perfecta.
– Un desfile para celebrar la victoria con miles de rostros sonrientes – Propuso un general
– Encontrar la solución a un problema muy complejo – Expresó un erudito
– Hacer mucho dinero – Planteó un comerciante
– Gastar mucho dinero – Propuso un joven rico
Finalmente, el artista usó su propio criterio. Cuando el rey develó la pintura, vio a una pareja de ancianos sentados en el banco de un parque en un día soleado y ambos se sonreían mutuamente. El rey se acarició la barbilla, pensativo y luego asintió:
– Bien hecho
En nuestras propias vidas, virtualmente es imposible evitar ser acaparados por las obligaciones que nos demanda la sociedad actual. Necesitamos de casas más grandes, autos más rápidos, e inversiones más complejas y lucrativas, ya que estamos convencidos de que estas cosas son las que nos dan felicidad perfecta. Y así perseguimos a todos los espejismos deslumbrantes de éxitos materiales con toda la energía y obstinación que nos demanda el mundo de ahora. Los esposas y esposas se convierten en barcos que están de paso en la noche y nada más se dan un saludo amistoso para poder sostener su relación marital. Quizá estamos buscando en los lugares equivocados. Si tan solo invirtiéramos una fracción de todo nuestro esfuerzo en nuestras relaciones con nuestras esposas, podríamos recoger recompensas espirituales inagotables y lograríamos esa evasiva meta de alcanzar la felicidad perfecta.
1 comentario
Cuanta verdad en esta reflexión! gracias