El diario de George Müller (reformador social cristiano de la época victoriana) registra así su devoción en oración:
En noviembre de 1844 empecé a orar por la conversión de cinco individuos. Oraba todos los días sin una sola interrupción, estuviera enfermo o sano, en tierra o en el mar, y a pesar de cualquier presión que pudiese producirse por mis compromisos. Transcurrieron dieciocho meses antes de que se convirtiera el primero de los cinco. Agradecí entonces a Dios y oré por los demás. Pasaron cinco años, y se convirtió el segundo. Agradecí a Dios nuevamente por el segundo, y oré por los otros tres. Día a día seguí orando por ellos, y transcurrieron seis años más antes de que se convirtiera el tercero. Agradecí a Dios una vez más, y continué orando por los otros dos … Pero estos siguieron sin convertirse.
Treinta y seis años después Müller escribió que los otros dos, hijos de uno de sus amigos, aún seguían sin convertirse. Y escribió:
Sin embargo, confío en Dios, oro y espero la respuesta. Ellos aun no se han convertido, pero lo harán.
En 1897, cincuenta y dos años después de que Müller comenzase a orar, por fin aquelllos dos hombres se convirtieron. Müller ya no vivía. Este gran hombre entendió lo que Jesús quiso decir cuando elijo a sus discípulos que debían orar sin cesar.