Una vez un padre le dio a su hijo una moneda, y le dijo que podía gastarla como quisiera. Más tarde, cuando le preguntó qué había hecho con ella, el muchacho respondió que se lo había prestado a alguien.
―¿Te aseguraste bien de que te la devolvería? -inquirió el padre.
―Sí, ¡se la dí a un pobre mendigo que parecía estar muy hambriento!
―¡Qué necio has sido! ¡Él nunca te la va a devolver!
―Pero papá, tengo la mejor garantía. ¡La Biblia dice que el que le da al pobre se lo presta al Señor!
Pensándolo de nuevo, este padre cristiano quedó tan complacido que le dio a su hijo otra moneda.
―¿Ves? -dijo el niño.
―Ya te dije que la recuperaría, ¡sólo que no sabía que sería tan rápido!