Muchas cosas se podrían decir sobre este asunto, pero aquí sólo tocaremos lo que, a nuestro parecer, es lo fundamental.
Proverbios 19:14: «La casa y las riquezas son herencia de los padres; mas de Jehová la mujer prudente.» Los padres pueden dejarle en herencia casa y riquezas, pero ¿de dónde viene la mujer, la esposa? No es herencia de los padres.
Es un regalo de Dios. De la misma manera que Dios formó a Eva para Adán, Dios tiene en su corazón la esposa para ti varón, a su tiempo. Si te apresuras, y buscas por ti mismo, tal vez te equivoques.
Cuando dos jóvenes se conocen, se conocen sólo parcialmente. Diríamos que con mucha fortuna se conocen el 50% de lo que son. Pero justamente las cosas que dividen las parejas, y que producen las separaciones, están en ese otro 50% que no fue conocido en el noviazgo, y que después de casados asoman. Y suelen ser cosas tan dolorosas, tan terribles –son a veces pequeños defectos, pequeñas diferencias que se van acumulando la una a la otra, y que hacen que el matrimonio no funcione.
El único que te conoce a ti mejor que ti mismo es Dios, y í‰l conoce a la persona que va a congeniar, a armonizar exactamente con tu personalidad. De tal manera que lo que uno no tenga el otro lo va a tener. La debilidad de uno la va a suplir la fortaleza del otro.
Cuando Dios une a una pareja, podrán ellos ir descubriendo, día tras día, año tras año, que aún esas cosas ocultas que estaban en el corazón, cuando surgen, en vez de producir dolor, producen gozo. Porque Dios escogió la persona idónea para ti.
Y tú dirás: «¡Oh, aun en esto se produjo una armonía! ¡Aun en esto nos complementamos!». Esa es la elección de Dios.