En una ocasión, hace más o menos veinte años, me hallaba en Japón dictando conferencias con un amigo íntimo, que era algunos años mayor que yo. Cuando caminábamos por una calle de Yokohama. surgió el nombre de un amigo común e hice un comencario hiriente acerca de esa persona. Fue algo sardstico, cínico y despreciable. Mi amigo mayor se detuvo, dio la vuelta y se me puso enfrente hasta que su rostro estuvo exactamente ante mí. Lenta y profundamente dijo:
– Gordon, un hombre que dice amar a Dios no dice algo así acerca de un amigo.
Si mi amigo me hubiera enterrado un cuchillo en las costillas, el dolor no habría sido menos intenso. Sin embargo, ¿sabe qué? En los últimos diez años ha habido miles de ocasiones en las que me he librado de hacer el ridículo. Cuando he tenido la tentación de decir algo poco amable acerca de un hermano o una hermana, oigo la voz de mi amigo: «Gordon, un hombre que dice amar a Dios no dice algo así acerca de un amigo».
Fuente: Gordon MacDonald, en el sem1ón «Ferling As God Feels», Preaching Today # 196