Una de las famosas anécdotas en torno a la Biblia es la de Tockichi Ishii. Este fue un renombrado criminal japonés que contaba con una larga cadena de crímenes bestiales. En sus hechos, Ishii mostraba una brutalidad diabólica y la crueldad del tigre. No había tenido escrúpulos para asesinar por igual a hombres, mujeres y niños. Por fin, fue capturado, condenado a muerte, y estaba en capilla esperando su ejecución. En esa situación recibió la visita de dos damas canadienses. Todo en vano, pues Ishii no quería hablar ni contestar, y se limitó a contemplarlas con una mirada de bestia feroz. Al salir, sin embargo, las damas le dejaron una Biblia. Inexplicablemente, el criminal comenzó a leerla, y luego ya no pudo suspender la lectura. Cuando, sin haber interrumpido la lectura, llegó a la historia de la Cruz y a las palabras de Cristo, «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen», el corazón se le quebrantó. «Me detuve —declaró después Ishii— y me sentí herido como si tuviera atravesado el corazón por un clavo de doce centímetros. ¿Diré que fue el amor de Cristo, o su compasión? No sé cómo llamarlo. Lo único que sé es que yo creí, y que cambió la dureza de mi corazón». Cuando llegó la hora de marchar al patíbulo, no era ya su aspecto adusto, endurecido, brutal y casi bestial, como antes fue, sino que en su rostro resplandecía la serenidad y una sonrisa gentil pues, el asesino Tockichi Ishii había nacido de nuevo al leer la palabra de Dios.
Adam Clarke era empleado de un vendedor de seda que le sugirió estirar la tela…