Un buque chocó contra unas rocas y como consecuencia de la avería el agua comenzó a meterse en el buque, inútilmente trataban de sacar los tripulantes manejando las bombas. La entrada del líquido elemento superaba a sus esfuerzos, viendo lo cual, el capitán mandó formar la tripulación y dijo:
-Es inútil fatigarse más, ya que sólo retardamos nuestra muerte. El remedio consistiría en que alguien expusiera su vida en favor de los demás, tratando de taponar la abertura del agua. La empresa es arriesgadísima, pero es la única esperanza. ¿Quién se decide?
Todos comprendieron la necesidad de tal sacrificio, pero cada uno pensaba: Ojala que algún otro se ofrezca. Los momentos pasaban en silencio, haciéndose la situación cada vez más angustiosa. Una voz rompió el silencio.
-Yo iré, padre mío.
El padre no podía negarse a tal ofrecimiento y con el corazón dolorido dio el último abrazo al hijo, lanzándose éste sin pérdida de tiempo a las aguas, dispuesto a la peligrosa tarea. Pronto se dejó sentir el efecto de esta ayuda externa; las aguas disminuyeron rápidamente, pero el hijo del capitán no reaparecía. Su cuerpo fue hallado entremetido en la abertura.
Todos comprendieron lo ocurrido. El joven no halló más rápida manera de atajar el paso de las aguas, cuyo empuje hacía inútil todo otro intento. Todos lloraron de emoción ante su cadáver, exclamando: «¡Lo hizo por nosotros!»