Era una asamblea de espíritus inmundos. Sobre el trono estaba sentado el soberano de ellos. Satanás, con el cetro de maldad en su mano. Llamando a sus súbditos, Satanás clamó:
– ¿Quién irá a la tierra para asegurar que los hombres pierdan sus almas?
Uno de los espíritus convocados dijo:
– Yo iré.
– Y, ¿cómo lo lograrás? -preguntó el monarca inflexible.
– Les convenceré de que no existe el cielo. -respondió.
Pero Satanás contestó:
– No, eso no servirá. Nunca podrías imponer esa creencia en la mayoría de la humanidad. Esa convicción de una mejor vida venidera está demasiada arraigada en el corazón de los hombres.
Entonces otro espíritu dijo: – Yo iré.
– Y, ¿cómo lo lograrás? -preguntó Satanás.
– Les convenceré de que no existe el infierno.
Pero otra vez Satanás contestó: Eso no servirá. Nunca podrás convencer a la mayo ría de los hombres de que eso sea la verdad. La conciencia del hombre testificará contra ti y te derrotará. Debemos echar mano a otra cosa, algo que llame lo atención de todas las clases sociales, a personas de todas las edades y de todo carácter; algo que sea bien recibido por toda la raza humana.
En eso un espíritu funesto pasó adelante y dijo: Satanás, yo iré.
– Y, ¿que les dirás tú? – preguntó Satanás.
– Les diré respondió el espíritu que no hay prisa; que no se apresuren para ser salvos, ¡que podrán hacerlo mañana!
Este fue el espíritu que fue elegido para venir a la tierra, y él sigue murmurando al corazón de los hombres: Hay tiempo para la religión. . . mas tarde. No hay prisa. Diviértase mientras puedas. » ¡Come, bebe, regocíjate!»
¡Pero eso no es verdad! Cada momento que pasa lleva más almas a la Eternidad, muchas de ellas repentinamente, sin el menor aviso. Y luego… el Juicio Final.
La Biblia dice: «¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?» (Hebreos 2:3). Nosotros sabemos la respuesta. ¡No escaparemos! Por lo tanto, «Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones…» (Hebreos 3:15).
Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado.» Juan 3:16-18.