Se cuenta de un hombre que vivía en una granja y compró un fiero mastín para tener bien custodiada su finca. El perro era tan indómito que tuvo que atarle una gruesa cadena de hierro, y así lo sacaba a pasear. Pasado algún tiempo, el amo probó dejarlo suelto. El perro, viéndose libre, se lanzó a toda carrera lejos de su amo. Pero enseguida volvió para no separarse más de él, por el afecto que le había cobrado. Ya no necesitaba la cadena de hierro, porque le sujetaba una cadena de oro: la del amor. Una vez más nos viene a las mientes lo de Agustín: «Ama, y haz lo que quieras».
La más grande expresión del amor de Dios nos es comunicada en
Juan 3:16 “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.”
y Romanos 5:8 “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.”
Podemos ver por estos versos que el deseo más grande de Dios es que nos unamos con Él con eternas cadenas de oro . Él hizo posible estas cadenas, pagando el precio por nuestros pecados. Él nos ama, porque así lo decidió como un acto de Su voluntad.
«En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.» 1 Juan 4 :10