Una señorita cristiana americana vino a hallarse en posesión de una cuantiosa fortuna que quiso administrar ella misma para fines caritativos.
Con tal objeto se propuso acercarse a los pobres para conocerles, y sintiendo que sus riquezas le eran un impedimento, colocó toda su fortuna en el banco de tal modo que ella misma no pudiera sacar nada en el término de un año. Alquiló una vivienda en uno de los barrios más humildes y trabajó para ganar su sustento. Así trabó muchas relaciones y en ocasiones fue ayudada por sus propios vecinos que compadecían su aparente desamparo. De este modo llegó a conocer experimentalmente los apuros de la pobreza y aprendió a distinguir entre los menesterosos dignos y los vagos de profesión. Anhelosa esperaba el momento de poder manifestar su verdadera condición y así pudo levantar y ayudar a muchos cuando el tiempo se cumplió. Los mismos pobres sentían un respeto sagrado por aquella mujer que de tal modo se había sacrificado y trataban de evitar que nadie abusara de su bondad para que ella pudiese cumplir sus propósitos del modo más eficaz.
Nuestro Señor se hizo pobre siendo rico por amor a nosotros. ¿No trataremos de ser sus servidores y cooperadores del modo más leal?