Su historia es bastante oscura y triste. Los castrati, “castrato” en singular (proveniente del italiano, que significa castrado), eran niños cantores sometidos a la operación de castración (en la que se eliminan los testículos para no producir hormonas sexuales masculinas) para conseguir que estos conservaran su voz aguda a la hora de entonar melodías.
Se estima que unos 4.000 niños eran castrados anualmente al «servicio del arte», durante las décadas de 1720 y 1730. Para que fuese efectiva, la castración debía realizarse entre los 8 y 12 años de edad. La súbita popularidad de la ópera italiana en toda la Europa del siglo XVII lo que generó el repentino aumento internacional de la demanda. Al niño italiano que nacía con una voz prometedora lo llevaban al local de un barbero-cirujano en los barrios bajos, lo drogaban con opio y lo metían en un baño con agua caliente. El experto cortaba los conductos que desembocaban en los testículos, que se atrofiaban con el tiempo. Muchas familias humildes sometían a sus niños a esta barbarie para que pudiesen ganarse un buen sustento y, así, poder sacarles de la pobreza. Sin embargo, otros jóvenes pedían voluntariamente ser castrados a fin de preservar su angelical voz. El resultado de esta práctica tan alejada de la ética, era una voz espectacular que aunaba la dulzura de un niño y la potencia de un adulto.
Entre los castrati más famosos destacaron Nicolini, Senesino, Caffarrelli, Salimbeni, entre otros. Pero el más famoso de todos fue Carlo Broschi -conocido popularmente como Farinelli-, cuya vida fue recreada en la famosa película de 1994 que lleva su nombre. Su castración, según versiones oficiales, se debió a que cuando era niño sufrió un accidente con un caballo. Se convertiría en leyenda gracias a la increíble voz que adquirió durante sus largos años de aprendizaje, bajo la instrucción de Nicola Porpora. Todo el mundo se agolpaba para verle, no solo en Italia -donde sería conocido como il ragazzo o el muchacho-, sino también en Viena, Londres y España, donde acabó residiendo 25 años bajo el mandato del rey Felipe V, al que cantaba todas las noches para curarle de la fuerte depresión que sufría.
El fin de esta desafortunada tradición llega con el Papa Pío X cuando en 1903 prohíbe la práctica de la castración por considerarla “una abominable costumbre contra la naturaleza humana”. Con ello, las mujeres también se incorporaron a la escena musical por lo que su presencia comenzó a diluirse poco a poco.